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Arqueobotánica e iconografía de los hongos

Los hongos son mucho más difícies de localizar en el registro arqueológico debido a su deficiente conservación y a falta de una metodología adecuada para su identificación. Aún así, restos de esclerocios de cornezuelo del centeno se han constatado en residuos de cálculo dental de una mandíbula humana y en el interior de un vaso que contenía cerveza en un lugar de culto del yacimiento ibérico de Más Castellar de Pontós (Juan-Tresserras, 2000, 267), lo que podría estar asociado al consumo ritual de una bebida enteógena, cuya presencia también se ha sugerido para el templo ibérico de La Alcudia de Elche (Alicante) (Ramos Fernández, 1997). Así mismo la presencia de cizaña en muchos yacimientos arqueológicos peninsulares, desde el Eneolítico hasta época tardorromana deja abierta la posibilidad de que fuera empleada como un psicoactivo por su parasitamiento por hongos. En cualquier caso, aparece siempre acompañada de cereales, por lo que su presencia podría obedecer simplemente a que, como mala hierba que acompaña a las gramíneas, había sido cosechada simultáneamente con éstos.

Los hongos en la iconografía griega.
La iconografía griega también nos depara algunas sorpresas. Citaremos tan solo dos casos a modo de ejemplo. Un bajorrelieve procedente de Farsalia que en la actualidad se encuentra en el Museo del Louvre, y que hemos escogido como la primera imagen de este blog, muestra a Demeter y Perséfone sosteniendo un hongo. La pregunta que surge casi de inmediato concierne a cual puede ser su significado, ya que los hongos, al contrario que las adormideras, no son un motivo frecuente en la iconografía eleusina. Como es bien sabido, las dos diosas eran las figuras principales de los misterios que se celebraban en Eleusis, una localidad próxima a Atenas, y en los que, quienes se sometían allí a la iniciación, de caracter secreto, recibían una bendición espiritual en forma de una visión inefable que les mostraba como sería el vivir más allá de esta vida. ¿Tienen el hongo del bajorrelieve del Louvre, o cualquier otro hongo, algo que ver con esta visión?.

En un vaso griego procedente del sur de Italia y fechado en el tercer cuarto del siglo IV a. C., Perseo corta con una hoz la cabeza de la gorgona Medusa, que descansa junto a un árbol, en una escena presidida por hongos (A.D. Trendall, The Red -Figured Vases of Lucania, Campania and Sicily, Oxford, 1967: cap. XVI nº 335). Llama poderosamente la atención, además de la presencia de los hongos, el que el héroe utilice para su cometido no un arma, sino lo que se considera un instrumento de herbolario.

Por cierto que Perseo, en el mito, adquiere la capacidad de volar y el don de la invisibilidad gracias a la sustracción de las sandalias aladas y del yelmo de Hades que poseían las Fórcides, sobrinas de las Gorgonas, para arrancar la cabeza de Medusa, que hechizaba a quién la mirara, como leemos en Apolodoro (II, 4):

“Cuando Acrisio preguntó al oráculo cómo tendría hijos varones, el dios le contestó que de su hija habría de nacer un hijo que lo mataría. Acrisio, temiendo esto, construyó una cámara subterránea de bronce y allí encerró a Dánae. Pero según algunos la sedujo Preto, a causa de lo cual se suscitó una reyerta entre ambos hermanos; según otros Zeus, transformado en lluvia de oro, se unió a ella, cayendo hasta el seno de Dánae a través del techo. Cuando más tarde Acrisio supo que había dado a luz a Perseo, no creyendo que hubiera sido poseida por Zeus, puso a su hija y al niño en un arca y la arrojó al mar; al arribar el arca a Sérifos, Dictis recogió y crió al niño. El hermano de Dictis, Polidecte, que era rey de Sérifos, se enamoró de Dánae, pero ante la dificultad de yacer con ella porque Perseo era ya adulto, convocó a sus amigos y con ellos a Perseo diciéndoles que reunieran regalos de boda para Hipodamia hija de Enómao. Al decir Perseo que no vacilarían ante la cabeza de la Górgona, Polidectes pidió a los demás que buscasen caballos, pero de Perseo no aceptó caballos sino que le ordenó traer la cabeza de la Górgona. Ayudado por Hermes y Atenea, Perseo marchó al encuentro de las Fórcides, Enío, Pefredo y Dino; éstas eran hijas de Ceto y Forco, hermanas de las Górgonas, viejas de nacimiento. Las tres disponían de un solo ojo y un solo diente que compartían: Perseo los cogió y cuando se los reclamaron dijo que los devolvería si le indicaban el camino que llevaba hasta las ninfas. Estas ninfas tenían sandalias aladas y la kíbisis, que al parecer era un zurrón. Píndaro y también Hesiodo en el Escudo dicen de Perseo:
Toda la espalda la cubría la cabeza de un horrible monstruo, Górgona, y la kíbisis lo rodeaba.
La kíbisis se llamaba así porque el vestido y la comida se depositaban en ella; las ninfas poseían además el casco de Hades. Cuando las Fórcides hubieron encaminado a Perseo, les devolvió el ojo y el diente, y al llegar ante las ninfas obtuvo lo que buscaba. Cogió la kíbisis, ajustó las sandalias a sus tobillos y se caló el yelmo en la cabeza; cubierto con el veía a quien quería pero era invisible para los demás. Con una hoz de acero recibida de Hermes llegó volando al Océano y sorprendió dormidas a las Górgonas, Esteno, Euríale y Medusa. Esta era la única mortal, por eso Perseo fue enviado a buscar su cabeza. Las Górgonas tenían cabezas rodeadas de escamas de dragón, grandes colmillos como de jabalí, manos broncíneas y alas doradas con las que volaban; petrificaban a quien las miraba. Perseo se detuvo junto a ellas aún dormidas y, guiada su mano por Atenea, volviendo la mirada hacia el escudo de bronce en el que se reflejaba la imagen de la Górgona, la decapitó. Al cortar la cabeza, surgieron de la Górgona el caballo alado Pegaso y Crisaor, el padre de Gerión; a estos los había engendrado Posidón. Perseo guardó la cabeza de Medusa en el talego y emprendió el regreso. Las otras Górgonas despertaron de su sueño y lo persiguieron, pero no podían verlo pues iba cubierto con el yelmo.” (TRAD. M. Rodríguez de Sepúlveda).

Un relato similar econtramos en Ovidio (Met., IV, 774 ss):

“Sólo quedaba el Abantíada Acrisio, oriundo del mismo tronco, que se atreva a rechazarlo de los muros de la ciudad de Argos y a llevar sus armas contra el dios (Dionisio); y no admite que sea de origen divino; tampoco admitía, por cierto, que fuese hijo de Júpiter Perseo, a quien Dánae había concebido de una lluvia de oro. Pero pronto se arrepiente Acrisio -tan grande es el poder de la verdad- tanto de haber atacado al dios como de no haber reconocido a su nieto; el uno está ya admitido en el cielo; el otro en cambio, llevando el memorable despojo del monstruo viperino, hendía el fino aire con alas crujientes, y cuando se cernía victorioso sobre las arenas de Libia, cayeron gotas de sangre de la cabeza de la Górgona, a la que la tierra, al recibirlas, dio vida convirtiéndolas en serpientes diversas, y por eso aquella tierra está invadida de peligrosas culebras...
Refiere entonces el Agenórida que hay una paraje situado al pie del helado Atlas y resguardado por la masa rocosa que le sirve de fortificación en cuya entrada habitaban las hermanas Fórcidas que compartían el uso de un único ojo; que de este ojo se adueñó él secretamente y mediante un astuto ardid, alargado la mano en el momento que se lo estaban pasando, y después, a través de regiones muy ocultas y apartadas de riscos erizados de abruptas selvas, alcanzó la morada de las Górgonas; que, dispersas por los campos y caminos, vio formas de hombres y animales que de lo que eran se habían convertido en pedruscos al ver a Medusa; que él, sin embargo contemplo reflejada en el bronce del escudo que llevaba en la izquierda, la figura espeluznante de Medusa; y que mientras eran presa de profundo sueño tanto las culebras como ella misma, le arrancó del cuello la cabeza y nacieron de la sangre de su madre, Pegaso, raudo por sus alas, y sus hermanos. Añadió también los nos fingidos peligros de su largo viaje, los ares y las tierras que desde las aturas vio debajo de él, y los astros que alcanzó con el batir de sus alas.” (TRAD. A. Ruiz de Elvira).

En realidad, el mito de Perseo parece describir el ritual mágico de recolección de un hongo visionario. De la cabeza cercenada de Medusa sugieron dos criaturas fabulosas, Pegaso y Crisaor. Pegaso era un caballo alado que al nacer ascendió al Olimpio, donde se puso al servicio de Zeus, llevándole el rayo. Gracias a su ayuda Belerofonte, que parece un doble o un alter ego de Perseo, pudo matar al mostruo Quimera y vencer a las Amazonas. Crisaor, que al nacer blandía una espada de oro, desposó a Calirroe, una oceánide, y de ambos nacieron dos monstruos, Gerión el enemigo triforme de Heracles, y Equidna, con cuerpo de mujer terminado en una cola de serpiente. Se dice que esta última vivía en un caverna en Cilicia, en el país de los arimos y que había engendrado, a su vez, numerosos monstruos, entre ellos Cerbero, el guardían del Hades, la Hidra de Lerna, la propia Quimera y el dragón de Cólquide que guardaba el Vellocino de Oro. Resulta curioso constatar que el mismo Heracles, en el curso de uno de sus célebres trabajos, dio muerte a la Hidra de Lerna, un reptil de numerosas cabezas cuyo hálito era mortal, no con una espada, una lanza o un hacha, como cabría esperar, sino con una harpe, esto es, una hoz o guadaña. ¿Había tenido la hidra originariamente una naturaleza botánica?.

Por otra parte, ¿simboliza la gorgona Medusa un hongo originario de propiedades mágicas o alucinatorias?. ¿Como explicar el silencio de los textos antiguos, tan prolíficos en la descripción de los farmaka y sus efectos, sobre los hongos enteógenos?. La respuesta no es, sin duda, sencilla. Por una parte, las descripciones de los farmaka, cuando se encuentran perfectamente identificados, se producen casi siempre, como hemos visto en capítulos anteriores, en un contexto medicinal o botánico, sin alusiones a prácticas mágicas o religiosas. Cuando estas ultimas se producen, la descripción se sustituye por una alusión genérica a hierbas o plantas “mágicas” de efectos prodigiosos, asociadas comúnmente a la hechicería, sin que podamos establecer su identidad con certeza. Por otro lado, los antiguos griegos eran micófobos, como se advierte en la creencia generalizada de que los hongos constituían “el alimento de los dioses”, lo que puede explicar parcialmente el silencio sobre las propiedades de algunos aquellos. Pero, ¿cual fue el origen de esta micofobia?.

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