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Los nómadas. Espacio y lugar del trance extático en el ámbito tribal

Existieron en el mundo antiguo sistemas socio-culturales que no se articulaban en modo alguno en torno a la presencia de ciudades. Las poblaciones que practicaron un estilo de vida nómada constituyeron uno de ellos, si bién en frecuente interacción o "dimorfismo" (noción que implica compartir una misma zona ecológica) con poblaciones urbanas. El estudio en profundidad de los modos de vida nómadas permite desechar de una vez por todas una serie de prejuicios que hunden su raíz en un profundo etnocentrismo cultural tan antiguo como las propias fuentes que lo alimentan y escapar de los estereotipos que inducen. Por ello, frente a la parcialidad de las fuentes, la aproximación antropológica se ha revelado extraordinariamente eficaz a la hora de comenzar a poner cada cosa en su sitio.

A diferencia de lo que ocurre en las ciudades, en los poblados y las tribus los aspectos rituales y ceremoniales de la vida social y cultural son predominantes, en acusado contraste con las ocasiones y oportunidades puntuales en que se manifestaban en el marco de las sociedades urbanas y estatales. Este notorio carácter ceremonial y ritual de la vida aldeana y nómada obedece a una serie de causas diversas. Por un lado no existe la separación, característica de las civilizaciones urbanas, entre un grupo especializado de sacerdotes y una comunidad de creyentes que asiste pasivamente a las celebraciones ceremoniales. Aún cuando existen, por supuesto, especialistas en el ámbito de lo religioso, en el contacto con lo sobrenatural, lo son más por capacidad personal que por designio o heredabilidad, como ocurría entre los antiguos hebreos, y su función la ejercen casi siempre a tiempo parcial. Por otra parte, a la inexistencia de un sacerdocio profesional y burocratizado se añade la inexistencia de sistemas complejos y muy articulados de comunicación, control y regulación social, como son para las gentes de las ciudades las sistematizaciones de los conocimientos médicos, matemáticos y astronómicos o las recopilaciones legales escritas y las medidas coercitivas destinadas a su cumplimiento, todo lo cual confiere al ritual una primacía, inexistente en el mundo urbano dominado por los palacios.

Ritual y comunicación simbólica
Al carecer de un sistema de registro y trasmisión de la información como la escritura, no por incapacidad, sino por no ser necesario para su forma de vida, los rituales desempeñan una importante función en tal sentido en el seno de las sociedades nómadas. El contenido del ritual y su escenificación están directamente involucrados con la comunicación de datos indispensables para tomar decisiones, tanto a nivel de la trasmisión de información cuantitativa como cualitativa, acerca de la oportunidad de hacer o no hacer, socialmente hablando, tal o cual cosa de la que puede llegar a depender el bienestar de la comunidad. La rememoración y la reactualización del acontecimiento primordial ayudan a los hombres a distinguir y retener la realidad que el propio mito expresa como algo fijo y duradero, en definitiva trascendente.

En tales contextos la primacía de los rituales era incuestionable. Rituales en los que la gente participaba como protagonistas y no como meros observadores, en contraste con las ceremonias religiosas propias de los habitantes de las ciudades, servían para convalidar el orden social existente, bien ante determinadas circunstancias de crisis, de incertidumbre económica o ante acontecimientos naturales desfavorables. Tales rituales eran algo más que la representación de los mitos, constituyendo la repetición de un fragmento del tiempo original, de aquel en el que las cosas ocurrieron por primera vez. Los rituales proporcionaban certidumbre y como tal constituían valores socioculturales positivos. Pero los rituales también son eficaces desde el punto de vista mágico y religioso.

Dicha eficacia, mágica o religiosa, no era monopolizada entre los nómadas por un grupo de personas. Los ciclos rituales no habían sido sustituidos por la propia función ritual del dirigente, jefe o rey, hacia el cual se dirige la información y las aportaciones materiales, y del cual fluyen hacia los diversos grupos domésticos y de parentesco en las sociedades estratificadas. Si bien existían personas con una especial dedicación a los asuntos religiosos, no constituían una jerarquía de sacerdotes ni impedían a las restantes una participación activa en ritos y ceremonias. Más bien actuaban como guías espirituales, personas sabias que aconsejaban, a nivel individual o colectivo, a cerca de cuestiones de la más diversa índole e importancia, por lo que gozaban de gran reputación y reconocimiento social.

A menudo eran personas inspiradas, de diverso modo, por las divinidades, y que, sumidas en un trance de éxtasis, adquirían facultades proféticas o adivinatorias. La relación de tales trances con los enteógenos es algo que de lo que ya se ha hablado en otros lugares de este blog, y parece claro que los escitas, o los tracios, de quienes según los mitos procedían tanto Orfeo -mientras que otros ven en él a un reformador religioso que, venido de Creta, introduciría en Tracia los rituales extáticos y frenéticos por medio de la intoxicación-, como el mismo Dionisos, o los primitivos indoeuropeos, se hallaban familiarizados con ellos. Otro tanto cabe sospechar de los hebreos, cuyo profestisto extático guardaba tantas concomitancias con los nabis cananeos. Si en todo Oriente, profetas y adivinos recurrían a los enteógenos para alcanzar la inspiración divina (Godbey, 1930), no hay razones serias para pensar que ocurriera de otra forma, al menos antes de la reforma religiosa del rey Josías.

Dioses y espíritus.
También los dioses se presentan para los nómadas de una manera distinta a la que adquieren para la gente de las ciudades. La religión tribal que intenta, como todas, explicar el mundo, parte de las ideas que le son familiares. El gran dios tribal, el principio creador único, permanece alejado e inaccesible de la misma manera que en la vida ordinaria la tribu conforma una realidad que se hace patente en muy pocas ocasiones. Pero, por otra parte, el dios está allí donde está su pueblo, abarcando tanto como la propia tribu, por lo que a menudo tienen carácter omnipresente, aunque lejano, y, se diría, universal. Por debajo de la tribu las realidades más inmediatas son los clanes y las familias que las integran, y así existen toda una serie de seres sobrenaturales, dioses, espíritus, genios, que resultan más próximos en tanto en cuanto que tengan que ver con niveles más simples de la vida social y doméstica. Los grandes dioses son misteriosos, imposibles de localizar y a menudo múltiples en su expresión, pero los entes inferiores, de menor volumen social, son más limitados en sus manifestaciones y también más accesibles. Por ello suelen ser los que reciben culto más a menudo. En la esfera de la sociabilidad de clan es particularmente importante el culto a los antepasados, que constituye en realidad la variante mística de las genealogías.

Los dioses supremos que figuran como causas primeras, explicación del origen de los acontecimientos trascendentes, como la creación del mundo y de las personas, del ganado, o la institución de las costumbres tribales, permanecen prácticamente ausentes, quedando su existencia presente relegada al mito. En los orígenes actuaron y fueron creadas todas las cosas naturales y sociales, luego se retiraron a una esfera lejana, desde la que reinan sin apenas ejercer influencia. Han delegado en los entes inferiores, en ocasiones manifestaciones suyas, de la misma manera que la realidad tribal delega en clanes y familias concretos. Así, en este tipo de universo religioso, las fuerzas sobrenaturales, aumentan generalmente en materialidad y particularidad, tornándose más accesibles y también más manipulables por medios mágicos o propiciatorios, a medida que menguan en extensión social. Por ello los cultos domésticos adquieren una especial relevancia. Y por ello mismo, en el trance, provocado o no por enteógenos, que muchas culturas tribales han usado y siguen utilizando hoy en día, la comunicación, el contacto con lo sagrado, se establece con esta esfera más próxima en la que residen los distintos tipos de espíritus.

Espacio social, espacio sagrado.
En el mundo de los nómadas tribales no suele haber santuarios, aunque por supuesto existen lugares identificados con las fuerzas espirituales de la naturaleza o que simbolizan la unidad entre los clanes y la cohesión intertribal. Un santuario, en este último caso, que no tiene por qué ubicarse en un lugar determinado, aunque ello corresponderá finalmente con el carácter y alcance de la trashumancia practicada por las tribus y otras circunstancias históricas similares. Un buen ejemplo de ello lo constituye el tabérnaculo donde los israelitas guardaban el Arca de la Alianza. Por otro lado, el santuario lo constituye el propio espacio social y así lo será la casa en el poblado o la tienda en la estepa, en la que los escitas, los pueblos nómadas siberianos o las tribus autóctonas americanas, llegaban al trance tras el ceremonial en el que consumían el enteógeno, en el caso de los cultos domésticos, o el lugar de reunión de los linajes y clanes. El espacio sagrado no se encuentra formalizado de la misma manera que tampoco lo está el espacio social, y corresponde además a esa dimensión no estática ni permanente que caracteriza el espacio y el territorio nómadas.

Sin embargo, en el nivel más amplio y complejo de las relaciones políticas entre las diversas tribus, la religión adquiere un importancia especial, ya que los pactos mediante los que se establecen tales relaciones a menudo precisaban del apoyo de una sanción divina explícita: "Se recurre a un "pacto" formal de alianza, donde al someterse a las normas dictadas por la divinidad de la liga, cada participante sabe bien que se somete en realidad a un organismo en el que la voluntad de los miembros queda condicionada por la solidaridad con los demás" (Liverani, 1987, 305). Tal es el caso de la "alianza" con Yavé de las tribus israelitas. Un "santuario" común o compartido, que ni siquiera ha de tener un lugar fijo de ubicación, se convierte entonces en el símbolo de tal unidad política, lo que no impide que las fricciones y disputas entre los clanes y las tribus tiendan a solucionarse en una esfera más inmediata y, por tanto, menos involucrada con la representación religiosa de la confederación o liga tribal.

Revitalización, marginación, pervivencia.
En un plano más estrictamente histórico, la religión, o determinados aspectos de la religión de los nómadas pueden articularse en la línea de una revitalización, en situaciones concretas de opresión y pobreza ocasionadas por la presión de un grupo palatino o militar externo, En ocasiones la revitalización -que no es patrimonio exclusivo de la religión de los nómadas, constituyendo un proceso de interacción política y religiosa entre un grupo subordinado y otro dominante-, acompañada de un contenido mesiánico o milenarista, puede llegar a ser tan poderosa como para crear una nueva religión, como parece haber sido el caso del Zoroatrismo.

Cuando la revitalización se produce en el contexto del enfrentamiento entre grupos pertenecientes a sociedades y culturas distintas, el carácter "reformador" no es tan evidente, ocupando muchas veces su lugar una reinterpretación de la tradición propia, que puede implicar la adopción de prácticas culturales antiguas y en desuso a las que se les confiere un nuevo valor. De esta manera la religión tribal sobrevive, adoptando formas nuevas, ante circunstancias adversas, cuando la tribu se ve amenazada por el poder económico y militar del palacio o de una tribu más poderosa, insertándose incluso en un ambiente sedentario en el que las prácticas nómadas han desaparecido hace mucho tiempo. Tal ha ocurrido, por poner un ejemplo, en la India, con una fuerte pervivencia hasta nuestros días, y tal ocurrió en Nepal, con el chamanismo Bon, el sistema religioso local antes de la llegada del Budismo.

En otras muchas partes del mundo, en America, Africa, Asia o la Antártida, se ha producido, de diversas formas, una cierta pervivencia de las antiguas tradiciones religiosas tribales, bajo el aspecto de la marginalización, unas veces, encubierta bajo la forma de cultos sincréticos, otras, u oculta en el ámbito más reservado de los usos domésticos y familiares. Y muchas veces, como ahora sabemos, los enteógenos, pervivieron con ellas. Son lugares donde las religiones monoteístas se implantaron más tardíamente y, durante algún tiempo, con menor fuerza. No ocurrió así en el ámbito del Islam antiguo y del cristianismo europeo de la mano de Roma.

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