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Baquíadas y sibilas

El profetismo extático tampoco fue desconocido en Grecia. Bajo la denominación de baquiadas y sibilas, profetas y adivinos de ambos sexos recorrían el país y por medio de conocimientos no adquiridos profesionalmente hacían sus vaticinios y utilizaban la catarsis para aliviar los males del espíritu. Pausanias (X, 12) guarda el recuerdo de algunas de estas sibilas:

“Sobresale de la tierra una roca, sobre la cual, según los de Delfos, cantaba sus profecías una mujer llamada Herófile, la primera que fue llamada Sibila. Yo creo que la más antigua Sibila fue la que los griegos llaman hija de Zeus y de Lamia hija de Poseidón, la primera mujer que cantó profecías y fue sobrenombrada por los libios Sibila. Herófile fue posterior a ésta, aunque desde luego parece que existió también antes de la guerra de Troya, pues predijo que para perdición de Asia y Europa se había de criar en Esparta Helena, y a causa de la cual Troya seria tomada por los griegos. Los de Delos recuerdan un himno a Apolo de esta Herófile que no se llama a sí misma sólo así, sino también Artemis y esposa de Apolo, y otras veces hermana y también hija. Estos versos los compuso enloquecida por el dios y bajo su dominio. Otra vez dijo en sus oráculos que era hija de madre inmortal, una de las ninfas del Ida, y de padre mortal. Así dicen los versos: Yo he nacido de mortal y de diosa, de una ninfa inmortal y de un padre comedor de peces, de una madre nacida en el Ida, y mi patria es la roja Marpeso consagrada a la madre, y el río Aidoneo.
....Los de Alejandría dicen que Herófile fue guardiana del templo de Apolo Esminteo y vaticinó a Hécuba sobre su sueño lo que sabemos se cumplió. Esta Sibila pasó la mayor parte de su vida en Samos, y llegó también a Claro en el país de Colofón, a Delos y a Delfos, y en todas partes donde llegaba profetizaba cantando de pie sobre esta roca. La muerte le sobrevino en Tróade y su sepulcro está en el bosque sagrado del Esminteo, y se leen estos dísticos sobre la estela:
Yo soy aquella Sibila intérprete de Febo
y ahora me pudro bajo esta losa de piedra,antes doncella cantora y ahora para siempre muda,debo a la suerte dura esta tierra.
Pero también descanso cerca de las ninfas y Hemes
y abajo tengo parte del reino de antaño.

Pues junto al sepulcro se levanta un Hermes de piedra, de figura cuadrangular, y a su izquierda brota agua en una fuente y están las imágenes de las ninfas. Los eritreos, que son entre los griegos los que vindican más decididamente a Herófile, muestran en el monte Córico una cueva en la que dicen que nació, y era hija de Teodoro, un pastor del país, y de una ninfa. La ninfa dicen que se llamó Idea porque los hombres de entonces llamaban "idas" a las espesuras. El verso que alude a Marpeso y el río Aidoneo es suprimido del oráculo por los eritreos. La profetisa que hubo después de ésta cantando del mismo modo oráculos era de Cime, del país de los Opicos, y se llamó Demó, según escribe uno de Cime, Hipéroco. Los de Cime no enseñaban ninguna profecía de esta mujer, sino sólo una pequeña hidra de piedra en el santuario de Apolo, y decían que en ella están los huesos de la Sibila. Después de ésta vivió entre los hebreos de Palestina una mujer profetisa llamada Sabba que dicen fue hija de Beroso y de Erimante; unos llaman a esta Sibila babilonia, otros egipcia.” (TRAD. A. Tovar).

Hesiodo (fr. 261 ), por su parte, nos habla del adivino Melampo:

“En las Grandes Eas se dice que Melampo, que era muy querido de Apolo, se ausentó del país y se alojó en la casa de Polifonte. Habiendo sido sacrificado un buey por Polifonte, una serpiente subió reptando al sacrificio y dio muerte a los sirvientes del rey. El rey indignado cogió y encerró a Melampo. Los retoños de la serpiente, criados por él le lamían los oídos y le inspiraron el arte adivinatoria. Por ello precisamente (... ) cuando estaba a punto de caer la casa en que estaba Ificlo avisó a una sirvienta anciana y en pago de ello fue soltado por Ificlo”.

Otra tradición similar sobre Melampo ha sido preservado por Apolodoro (I, 9, 11):

Creteo fundó Yolco y se caso con Tiro, hija de Salmoneo, de la cual tuvo hijos, Esón, Amitaón y Feres. Amitaón se estableció en Pilos y se desposó con Idómene, hija de Feres, y nacieron sus hijos Biante y Melampo. Este vivía en el campo; como en la encina que se alzaba frente a su casa hicieran nido unas serpientes, los criados las mataron, y él, recogiendo leña quemó a los reptiles, pero alimentó a sus crías. Cuando crecieron, situadas sobre sus hombros mientras dormía, le lamieron los oídos. Melampo despertó sobresaltado y se dio cuenta de que comprendía las voces de las aves que revoloteaban, e informado por ellas predijo a los hombres el porvenir. Adquirió además el arte de interpretar los auspicios y, tras encontrarse con Apolo cerca de Alfeo, en lo sucesivo fue un excelente adivino.” (TRAD. M. Rodríguez de Sepúlveda).

que también nos cuenta (II, 2,2) algunas de sus curaciones:

Acrisio tuvo una hija, Dánea, de Eurídice, hija de Lacedemón, y Preto, de Estenebea, tuvo a Lisipe, Ifíone e Ifianasa. Cuando llegaron a la edad núbil enloquecieron, según Hesiodo por no aceptar los misterios de Dionisio, o, como dice Acusilao, por haber menospreciado la estatua de madera de Hera. En su insania andaban errantes por toda la región argiva, y después, atravesando Arcadia y el Peloponeso, corrían en el mayor desorden por lugares yermos. Melampo, hijo de Amitaón y de Idomene, hija de Abante, que era un adivino y el primero que descubrió la curación por medio de lustraciones y drogas, se brindó en sanar a las muchachas a cambio de la tercera parte del reino.” (TRAD. M. Rodríguez de Sepúlveda).

Por cierto, que el mismo autor (III, 6, 7) nos habla también del adivino Tiresias, al que conocimos más atrás:

“Vivía entre los tebanos un adivino, Tiresias -hijo de Everes y de la ninfa Cariclo, y descendiente de Udeo-, que había sido privado de la vista. Sobre su ceguera y su arte adivinatoria circulan diferentes versiones. Unos dicen que lo cegaron los dioses por haber revelado a los hombres sus secretos; pero según Ferecides lo cegó Atenea, pues como Cariclo contaba con el afecto de Atenea...el vio a la diosa completamente desnuda, y ésta, tapándole los ojos con sus manos, lo cegó. Cariclo le rogó que le devolviera la vista, pero no pudo; en cambio purificó sus oídos para que pudiera interpretar el lenguaje de las aves y le regaló un báculo de cerezo silvestre que le permitía caminar como los videntes. Por su parte Hesiodo dice que Tiresias había hallado a unas serpientes copulando cerca de Cilene, y, por haberlas herido, fue transformado de hombre en mujer; pero al ver a aquellas serpientes uniéndose en otra ocasión, se volvió hombre de nuevo.” (TRAD. M. Rodríguez de Sepúlveda).

El éxtasis que los iluminaba lo encontramos también en aquellos otros que, como la pitonisa en Delfos, permanecían vinculados al oráculo de algún santuario. Un éxtasis al que se atribuía sus capacidades proféticas y que era concebido como un don de los dioses, según vemos en Platón (Fedro, 244a ss.)

“Porque si fuera algo tan simple afirmar que la demencia es un mal, tal afirmación estaría bien. Pero resulta que, a través de esa demencia, que por cierto es un don que los dioses otorgan, nos llegan grandes bienes. Porque la profetisa de Delfos, efectivamente, y las sacerdotisas de Dodona, es en pleno delirio cuando han sido causa de muchas y hermosas cosas que han ocurrido en la Hélade, tanto privadas como públicas, y pocas o ninguna, cuándo estaban en su sano juicio. Y no digamos ya de la Sibila y de cuantos, con divino vaticinio, predijeron acertadamente, a muchos, muchas cosas para el futuro. Pero si nos alargamos ya con estas cuestiones, acabaríamos diciendo lo que ya es claro a todos. Sin embargo, es digno de traer a colación el testimonio de aquellos, entre los hombres de entonces, que plasmaron los nombres y que no pensaron que fuera algo para avergonzarse o una especie de oprobio la manía. De lo contrario, a este arte tan bello, que sirve para proyectarnos hacia el futuro, no lo habrían relacionado con este nombre, llamándolo maniké. Mas bien fue porque pensaban que era algo bello, al producirse por aliento divino, por lo que se lo pusieron. Pero los hombres de ahora, que ya no saben lo que es bello le interpolan una t, y lo llaman mantiké.”

Tal vez tenga alguna significación la relación existente entre Dionisos y Apolo con la mántica extática que comenzó a practicarse en Delfos y tan alejada de la posterior manera apolínea de vaticinar mediante signos susceptibles de interpretación. Conocer el lenguaje de los animales es síntoma de iluminación y de poseer dones proféticos. El simbolismo de la serpiente, animal sagrado y mágico, está, como vimos, conectado con las toxinas vegetales que matan, curan o alteran la mente. El propio Dionisos se salvó de los piratas convirtiendo los remos y el mástil del barco en estos animales y llenándolo de hiedra tóxica y Apolo se convirtió en el señor de Delfos después de matar a la serpiente Pithon, como vemos en la pintura de este vaso laconio conservado en el Museo del Louvre, donde aparece caracterizado de hoplita pero portando el escudo con la Gorgona, propio de los guerreros "energúmenos".

Que unas serpientes proporcionaran a Melampo y Tiresias sus dotes adivinatorias podría querer significar que las habían conseguido por medio de plantas psicoactivas. En cualquier caso Melampo, como afirma el mito, era un experto conocedor de drogas. La relación de su nombre con el Melampódion, o sea con el eléboro negro (Dioscórides, De mat. med., IV, 67), ha sido también señalada por algunos investigadores. Tal ocurre también con Iamos, engendrado por Apolo en la ninfa Evadna, fundador de toda una estirpe de vaticinadores y cuyo nacimiento está asociado a las serpientes:

"Mientras Evadna dejaba su ceñidor carmesí y su cantaro de plata bajo la umbría espesura y estaba en el trance de parir a su hijo dotado de divina inspiración. Entonces el de áurea melena dispuso que la asistieran Ilitia la sosegada y las Moiras, y de dentro de sus entrañas salió enseguida a la luz Iamos, en medio de placenteros dolores de parto. Afligida lo dejó en el suelo, pero dos sierpes de ojos zarcos lo criaron por designio de los dioses, cuidándolo con el inócuo veneno de las abejas." (Píndaro, Olímpicas, VI, 41-47. TRAD. P. Bárdenas y A. Bernabé).

Según C. A. P. Ruck ("On the Sacred Names of Iamos and Ion: Ethnobotanical Referents in the Hero's Parentage", The Classical Journal, 71, 3, 1976, pp. 235-252) su nombre, como el de Iason, contiene la partícula iao o io, que designa "veneno" o "droga", por lo que se puede reconocer en la oda del poeta el contexto etnobotánico que rodea su nacimiento y la planta responsable de su inspiración.

Tiresias, por otro lado, pertenecía al linaje de los Espartoi, “los hombres sembrados” que nacieron de los dientes del dragón que Cadmo había matado en en lugar de la futura Tebas, lo que también presenta rasgos botánicos. El cambio de género que experimentó Tiresias tras la visión de unas serpientes copulando podría tener, ciertamente, connotaciones chamánicas, ya que el travestismo es un característica de muchos chamanes en otras tantas partes del mundo. Una explicación alternativa, igualmente plausible, ha sido presentada por F. Díez de Velasco (1995: 104 ss) que relaciona las experiencias serpentinas de Melampo y Tiresias con las prácticas de la mística trántica, que tuvo su origen en los ritos védicos pero estaba influida igualmente por prácticas de origen autóctono y popular, así como por las técnicas chamánicas asiáticas.

En otra tradición un personaje llamado Glauco, hijo de Minos, había sido salvado de la muerte por el adivino Poliido gracias a la intervención de unas serpientes. He aquí el relato que nos ha preservado Apolodoro (III, 3):

“Glauco, todavía niño, cuando perseguía a un ratón cayó en una vasija de miel y murió. Al desaparecer éste Minos emprendió una intensa búsqueda y consultó con los adivinos el modo de encontrarlo. Los Curetes le informaron de que en su rebaño había una vaca tricolor; quien mejor pudiera describirle el color de esa vaca sería también capaz de devolverle vivo a su hijo. Convocados los adivinos, Poliido, hijo de Cérano, comparó el color de la vaca con la zarzamora, y obligado a buscar al niño lo encontró por medio de cierta adivinación. Pero Minos le dijo que debía resucitarlo y lo encerró con el cadáver. Cuando se hallaba sumamente perplejo vio que al cadáver se acercaba una serpiente; le arrojó una piedra y la mató, por miedo de que lo matasen a él si algo le sucedía al cuerpo. Llegó otra serpiente y, al ver muerta a la anterior, se alejó y regresó enseguida con una hierba que extendió sobre todo el cuerpo de la otra; tan pronto como le fue colocada la hierba, la serpiente revivió. Poliido contempló aquello admirado y aplicando la misma hierba al cuerpo de Glauco lo resucitó. Minos recobró pues el niño, pero ni aún así permitía que Poliido volviese a Argos hasta haber enseñado a Glauco el arte adivinatoria. Poliido, así forzado lo instruyó, pero a punto de zarpar ordenó a Glauco que le escupiese en la boca: Glauco lo hizo y olvidó el arte de la adivinación.” (TRAD. M. Rodríguez de Sepúlveda).

La serpiente, como animal mágico y ctnónico, evoca de nuevo en este episodio su ligazón con la inmortalidad, pero también aparece relacionada con una hierba prodigiosa capaz de devolver la vida.

La tradición posterior.
Mucho tiempo después, en el siglo III de nuestra era, otro filósofo, el neoplatónico Jámblico (III, 4-6; 7-8), experto en las tradiciones egipcias y babilónicas, así como en el pitagorismo, decía lo siguiente:

“Quiero, pues, también a este respecto exponer las características de quienes están correctamente poseídos por los dioses; pues si ellos han subordinado toda su vida como vehículo o instrumento de los dioses que les inspiran, o si cambian en divina su vida humana, o incluso llevan su propia vida conforme a la divinidad, ellos no actúan según los sentidos, ni están despiertos como aquellos que tienen sus sentidos despiertos, ni aprehenden ellos el futuro, ni se mueven como aquellos que actúan según un impulso, sino que no tienen en absoluto conciencia de sí mismos, ni como antes ni de ninguna otra forma, ni, en general, hacen conversión de su propia inteligencia hacia sí mismos, ni proponen cualquier conocimiento particular.
He aquí una prueba capital: muchos, en la proximidad del fuego, no se queman, pues el fuego no les toca gracias a la inspiración divina; muchos, aunque se quemen, no reaccionan, porque no viven en ese momento una vida animal. Y algunos, aunque atraviesen asadores, no se dan cuenta, como tampoco esos que golpean con hachas sus espaldas; otros incluso, que se cortan los brazos con puñales, no tienen conciencia alguna. Sus acciones no son en modo alguno humanas, pues lo inaccesible se hace accesible bajo la acción de la teoforia, como el arrojarse al fuego, el marchar a través del fuego, el pasar los ríos, como la sacerdotisa de Castabala. Con ello queda probado que ellos, en estado de entusiasmo, no tienen conciencia de sí mismos y que no viven ni la vida humana ni la animal, según la sensación o el impulso, sino que asumen otra vida más divina, por la que son inspirados y por la que son poseidos completamente.
Hay, pues, numerosas formas de posesión divina y de múltiples formas la inspiración divina se pone en movimiento, por lo que también sus signos son muchos y diferentes. Por una parte, porque al ser dioses diferentes los que nos inspiran, provocan inspiración diversa, por otra, porque, al cambiar el modo de entusiasmos, hace también diversa la teoforía. O bien, en efecto, el dios nos posee, o nosotros llegamos a ser enteros del dios, o realizamos nuestra actividad en común con él; y tan pronto participamos del poder último del dios, como tan pronto del medio, y otras veces del primero; y tan pronto es una simple participación, como tan pronto es una comunión, y otras veces incluso una unión de estos entusiasmos; o bien el alma goza sola, o participa junto con el cuerpo, o incluso el viviente común.
De ahí que también sean multiformes los signos de los inspirados: movimientos del cuerpo y de ciertas partes, tranquilidad absoluta del cuerpo, disposiciones armoniosas, danzas corales, voces armónicas o lo contrario de ésto; además el cuerpo es visto levantarse o distenderse o ser transportado en alto en el aire o se ven acaecer al respecto los fenómenos contrarios a éstos; o se nota una gran igualdad de voz según la altura del tono o los intervalos intermedios de silencio, pero otras veces desigual: a veces los sonidos aumentan en intensidad o disminuyen musicalmente, y a veces es de otro modo...
Pero es necesario investigar las causas de la locura divina: éstas son las luces procedentes de los dioses, los pneumas procurados por ellos, el absoluto dominio sobre nosotros proveniente de ellos, que abarca todo lo que hay en nosotros, destierra completamente nuestra propia conciencia y movimiento, hace proferir palabras sin acompañamiento del pensamiento de los que hablan, sino, por el contrario, según se dice, ellos las palabras las `profieren con boca delirante´, completamente subordinados y plegados a la única actividad del que los posee. Tal es el entusiasmo en su conjunto y por tales causas tiene lugar, dicho de forma general y no detallada...” (TRAD. E.A. Ramos Jurado).

Algo que ya era conocido por Lucio Apuleyo, un siglo antes, cuando nos habla del éxtasis capaz de producir vaticinios del futuro (Apol., 43):

"Más aún, estoy íntimamente persuadido de que el alma humana, sobre todo si se trata del alma pura de un niño, puede, merced a la atracción ejercida por ciertos cantos, o bien por el efecto enervante de ciertos perfumes, alcanzar un estado de hipnosis y sumirse en éxtasis, hasta el punto de olvidarse de la realidad circundante. En tal estado, perdida la noción del cuerpo en que reside, puede recobrar su primitiva esencia y retornar a su propia naturaleza, que sin duda es inmortal y divina, y de ese modo, inmersa en una especie de sueño, es capaz de presagiar el futuro".

Recordemos que Jamblico y Apuleyo eran personas de un gran cultura, alejadas de las supersticiones y las supercherías, filósofos, en el más puro sentido de la palabra, fervientes perseguidores del conocimiento del mundo natural, así como de la esencia de las cosas y su relación con el espíritu, los poderes intermedios y los dioses. Su conocimiento de la llamada magia teúrgica les hace acreedores de la veracidad de sus afirmaciones.

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