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APENDICE I: Orfeo, Eurídice y Aristeo

"Así que llegó a la cámara cubierta por una bóveda de roca, y Cirene supo del llanto ocioso de su hijo, las hermanas le ofrecen por orden cuencos de agua a las manos y traen manteles de piel raspada. Otras llenan las mesas de manjares y sirven copas rebosantes. Los fuegos de Pancaya arden en los altares. Entonces dice su madre: «Toma las copas de Baco meonio; hagamos una libación al Océano.~ Al propio tiempo ella misma reza al Océano, padre de las cosas, y a las ninfas, sus hermanas, las que tutelan cien selvas, cien ríos. Por tres veces salpicó a la ardiente Vesta con el claro néctar, por tres veces la llama ascendió y brilló en lo alto del techo. Afirmando el espíritu de su hijo con este presagio, comienza así:

"Hay en el mar de Cárpatos, el de Neptuno, un adivino, el azulado Proteo, que recorre la llanura inmensa en un carro tirado por peces caballo de dos patas. Ahora está volviendo a visitar los puertos de Ematia y su patria Palene. A el lo veneramos las ninfas y el propio viejo Nereo. Pues este adivino lo sabe todo, lo que es, lo que fue y lo que está pendiente para venir más adelante. Y es que así lo ha decidido Neptuno, cuyas descomunales manadas y torpes focas apacienta en el abismo. Tú, hijo, debes primero echarle el lazo para que te explique toda la causa de la enfermedad y propicie un buen resultado. Pues sin forzarlo no te dará ninguna receta y no lo vas a convencer con ruegos. Cuando lo cojas échale el lazo con ruda violencia: sólo contra esto se estrellarán sus engaños y no le servirán. Yo misma, cuando el sol prenda el fuego de mediodía, cuando están sedientas las plantas y la sombra es ya más grata al ganado, te conduciré al retiro del viejo, donde se recoge cansado de las aguas, para que lo ataques fácilmente postrado en el sueño. Mas cuando lo tengas atrapado con las manos y los lazos, entonces se burlarán de ti apariencias variadas y rostros de bestias. En efecto: se convertirá de repente en un cerdo lleno de pelos, en un tigre espantable, una serpiente escamosa o una leona de cabeza rubia. O bien, producirá el ruido enervante de la llama y así se escapará de los lazos, o huirá disolviéndose en hilillos de agua. Pero cuanto más se transforme el en toda clase de figuras, tanto más, hijo mío, aprietas tú los lazos, hasta que con el cambio de figura aparezca tal como lo viste cuando cerraba los ojos al coger el sueño".

Esto dice, y difunde el perfume liquido de la ambrosía en el que envolvió el cuerpo entero de su hijo. Y entonces sale de sus cabellos arreglados un dulce efluvio y en sus miembros ha penetrado un vigor fácil. Hay una cueva enorme excavada en la falda de un monte, adonde el viento empuja una gran cantidad de agua que se riza en ondas hacia atrás, en ocasiones fondeadero segurísimo para los marineros sorprendidos. En su interior se oculta Proteo tras el parapeto de una vasta roca. Aquí deja la ninfa al joven en un escondrijo, alejado de la claridad. Ella queda atrás, lejos, difuminada por la neblina.

Ya ardía en el cielo el arrebatado Sirio, que abrasa a los indos sedientos, y el ígneo sol había devorado la mitad de su órbita. Las hierbas estaban secas y los rayos entibiaban los ríos hundidos y los recocían hasta el barro en sus gargantas secas, cuando Proteo llegaba de las olas camino de su gruta habitual. A su alrededor la especie húmeda del vasto mar brinca y salpica a distancia el amargo rocío. Las focas se echan a dormir en distintos lugares de la playa. El por su parte, como el guardián del establo en los montes cuando Véspero manda a casa a los novillos de los pastizales y los corderos excitan a los lobos con los balidos que oyen, se sienta entre ellas en un peñasco y se pone a contarlas.

Aristeo, como se le ofrecía la posibilidad de hacerse con el, sin dar tiempo apenas a que el viejo acomodase sus miembros cansados, se abalanza con un gran grito y, echado como estaba, lo sujeta con ataduras. Aquél, a su vez, que no se olvidaba de sus artes, se transforma en todas las maravillas del mundo: fuego, bestia horripilante, río trasparente. Pero así que con ardid alguno halla escapatoria, vencido, vuelve en sí, y finalmente habla con voz humana:

«Pues, ¿quién te ha ordenado, joven mas bravucón que nadie, acercarte a mi morada? ¿Qué buscas aquí?», dijo. Pero Aristeo responde: «Lo sabes, Proteo, tú lo sabes; que nada puede pasarte desapercibido. Pero tú deja de querer simularlo Siguiendo el mandato de los dioses hemos venido aquí a buscar el oráculo para nuestra hacienda en ruinas.» Sólo eso dijo. Ante lo cual el adivino, a causa de la extrema violencia, entretorció finalmente sus ojos ardientes de pupilas verdes y rechinando sordamente los dientes, abrió su boca al destino de la siguiente manera:

«Una divinidad te persigue con su rabia: estás pagando una gran falta. El pobre Orfeo, sin que en modo alguno se lo haya ganado, te origina este castigo, si es que no se opone el destino, y se muestra gravemente cruel por la pérdida de su esposa. Y es que ésta, mientras huía de ti atolondradamente a lo largo del río, no vio ante sus pies, destinada a morir como estaba, una descomunal culebra de agua, alojada en la ribera, entre la hierba alta. Y el coro, ay, de las Dríades, sus compañeras, atronaron a gritos las cimas de los montes. Lloraron]a los picos del Ródope, y el alto Pangeo, y la marcial tierra de Reso y los getas y el Hebro y Oritía la ateniense. Orfeo, buscando el consuelo de su amor desgraciado en la cóncava lira, te cantaba a ti, dulce esposa, a solas en la playa solitaria, a ti te cantaba, cuando llegaba el día, a ti, cuando el día se marchaba.

También penetró en las fauces del Ténaro, la boca profunda de Dite, y en el bosque neblinoso de sombrío terror; llegó hasta los manes y su rey escalofriante, hasta los corazones que no saben ablandarse ante las súplicas humanas. Sin embargo, movidas por tu canto, de los profundos aposentos del Erebo, iban las sombras sutiles y los espectros del los seres privados de la luz, tan numerosos como los miles de aves que se meten en las hojas cuando Véspero o la lluvia del invierno los echa de los montes: madres, varones, cuerpos de héroes magnánimos que acabaron la vida, niños y niñas sin casar, y jóvenes puestos en las piras ante los ojos de sus padres. A su alrededor, el barrizal negro y las cañas horribles del Cocito, y una laguna odiosa de agua casi inmóvil los cerca, y la Estige, dividida en nueve círculos, los aprisiona. Incluso quedaron atónitas las propias mansiones de la Muerte, la parte más recóndita de Tártaro, y las Eunénides que cogen sus cabellos con culebras azulencas. Cerbero contuvo abiertas sus tres bocas y la rueda de Ixión se paró con el viento.

Y ya, volviendo sobre sus pasos, había superado todos los imprevistos, y Eurídice, a la que había recuperado, llegaba a las auras de arriba, siguiédole detrás (pues Proserpina le había puesto esta condición), cuando cogió al imprudente enamorado un acceso súbito de locura, perdonable ciertamente, si los manes supiesen perdonar. Se detuvo, y ya al borde mismo de la luz, sin acordarse, ay, y sin poderse contener, se volvió para mirar a su querida Eurídice. En ese instante, todo su esfuerzo se perdió, quedó roto el pacto del cruel tirano y por tres veces se oyó un fragor en las marismas del Averno Ella gritó: "¿Qué locura, qué locura tan grande me ha perdido, desgraciada de mi, y te ha perdido, Orfeo? He aquí que por segunda vez los hados crueles me hacen volver y el sueño cierra mis ojos embriagados. Y ahora, adiós. Me llevan envuelta en la vasta noche, y tiendo hacia ti, sin ser tuya, ay, mis manos impotentes." Dijo, y de repente escapó de su vista, alejándose como el humo se une a las brisas sutiles, y no lo vio más, mientras él agarraba en vano las sombras y quería decirle muchas cosas. Y el barquero del Orco no le permitió atravesar más la laguna que se interponía ¿Qué podía hacer? ¿Adonde dirigirse después que le habían quitado por dos veces la esposa? ¿Qué llanto podía conmover a los manes? ¿Qué dioses podían conmover sus palabras? Ella a no dudarlo navegaba ya fría en la barca estigia.

Durante siete meses enteros, uno detrás de otro, al pie de una roca elevada, junto a las aguas del Estrimón desértico, dicen que lloró el y contó esta historia dentro de cavernas heladas, amansando a los tigres y arrastrando las encinas con su canción. Igual que Filomela, a la sombra de un chopo, se queja entristecida de haber perdido a sus crías, que un duro labrador espió y se llevó implumes del nido. Así que se pasa la noche llorando, y posada en una rama repite su melancólica canción, y llena de tristes quejas todo el lugar. Ningún amor, ningún himeneo cambió su alma. Recorría solo los hielos hiperbóreos, el nevado Tánais y los campos que nunca están libres de las nieves del Rifeo, llorando la pérdida de Eurídice y el regalo vano de Dite. Pero las madres de los cicones, sintiéndose desdeñadas con esa devoción, durante los sacrificios a los dioses y las orgías nocturnas en honor de Baco desgarraron al joven y lo diseminaron por los anchos campos. Incluso entonces, cuando el Hebro eagrio llevaba dando vueltas en mitad de la corriente la cabeza arrancada a su cuello de mármol, la propia voz y la lengua fría gritaban "Eurídice"; "ay, desgraciada Eurídice», gritaba él, escapándosele el alma. «Eurídice", repetían las riberas a lo largo de todo el río.»

Esto contó Proteo y de un salto se arrojó al mar profundo, y donde saltó formó con la cabeza un remolino de agua espumosa.

Mas no así Cirene, quien, por el contrario, habló a su asustado hijo: «Hijo mío, puedes desechar de tu alma las tristes preocupaciones. Esta es toda la causa de la enfermedad. Este es el motivo por el que las ninfas, con las que Eurídice celebraba coros de danza en la profundidad de los bosques, han enviado la perdición a tus abejas. Tú llévales regalos, suplicándoles y pidiéndoles la gracia; adora a las comprensivas Napeas. Pues darán su venia a tus plegarias y su cólera remitirá. Pero antes te diré detalladamente cuál es el modo de rogarles. Elige cuatro toros que sobresalgan por su hermosa estampa entre los que repelan ahora las cimas del verde Liceo y otras tantas novillas cuyo cuello no haya sufrido el yugo. Levántales cuatro altares ante los altos santuarios de las diosas; saca de sus gargantas la sangre sagrada y abandona lo que son los cuerpos en el bosque frondoso. Después, cuando la novena aurora haya dejado sentir su presencia, enviarás como ofrenda fúnebre a Orfeo las adormideras de Lete, sacrificarás una oveja negra y volverás a visitar el bosque. Una vez aplacada Eurídice la honrarás con la muerte de una novilla.

No hay tardanza. Al punto cumple con lo indicado por la madre. Se llega a los santuarios, levanta los altares prescritos, guía cuatro toros que sobresalen por su hermosa estampa y otras tantas novillas cuyo cuello no ha sufrido el yugo. Des púes, cuando la novena aurora había hecho acto de presencia, envía las ofrendas fúnebres a Orfeo y vuelve a visitar el bosque. Entonces es cuando contempla un prodigio repentino y que causa maravilla decir: a través de las entrañas licuefactas de los bueyes brotaban las abejas por todo el vientre, bullían entre las costillas rotas, se alzaban en nubes inmensas y luego se apiñaban en lo alto de un árbol, de cuyas ramas flexibles pendían como un racimo.”

VIRGILIO, Geor., IV,317-559 (TRAD. B. Segura Ramos).

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