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Apéndice V: Sueños, visiones y trances. El testimonio de Elio Arístides

I. "Y cuando estábamos en Esmirna se me apereció en una figura tal como la que voy a describir. Era al mismo tiempo Asclepio y Apolo, el de Claro, y el llamado Calitecno en Pérgamo, a quien pertenece el primero de los tres templos. De pie en esta figura delante de mi cama, extendiendo los dedos y contando con ellos el tiempo, me dijo: "Tienes diez años de mi parte y diez de parte de Serapis", y al mismo tiempo, el trece apareció como diecisiete en la disposición de sus dedos. Y dijo que aquello no era un sueño, sino visión en estado de vigilia, y que yo lo sabría también. Al mismo tiempo me ordenó que bajara al río que fluye delante de la ciudad y me bañarra, y que me precediera en el camino un muchaco impúber. Y me señaló al muchacho. Este es el resumen de la aparición del dios, y yo valoraría más que nada en el mundo el poder referir cada detalle de ella con exactitud.
Estabamos en mitad del invierno, hacía un terrible viento norte y un frio glacial... Cuando llegamos al río no hubo necesidad de que nadie nos animara sino que, todavía lleno del ardor nacido por la visión del dios, arrojé mis vestidos, no me hizo falta recibir fricciones y me lancé donde el rio era más profundo. Después, coo si estuviera en una piscina llena de agua agradable y templada, pasé allí un rato nadando y mojándome del todo. Y cuando salí toda mi piel tenía color rosado y sentía el cuerpo ligero... Todo el resto del día y la noche hasta ir a la cama conservé el estado alcanzado en el baño, y no me dí cuenta de que alguna parte de mi cuerpo estuviera más seca o más húmeda, ni disminuyó en nada el calor ni aumentó, ni tampoco era de la clase de calor que se tendría si se hubiera producido por medios humanos, sino que era u calor sin variaciones, ininterrumpido, que difundía igual sensación de vigor por todo el cuerpo y durante todo el tiempo. Algo semejante ocurría con los sentimientos de mi ánimo. Pues no era un gozo definido, ni se diría ser una alegría a la manera humana, sino una placidez indescriptible que me hacía considerar todo inferior a la ocasión presente, de manera que cuando veía las demás cosas me parecía no verlas. Tal por entero estaba con el dios"

Elio Arístides, Discursos sagrados, II, 18-23 (TRAD. Mª Giner de Soria)


II. "Vino la noche, como si estuviera en medio del oleaje y la agitación del mar y dormí justo el tiempo de tener un sueño. Y se me ordenó dirigirme al hogar de mis ayos y prosternarme ante la estatua de Zeus junto a la cual fui criado. Había un poco de nieve y todos los caminos estaban por completo intransitables. Distaba la casita más de un estadio del edificio principal. Monté a caballo, hice el camino y me prosterné, y aún no estaba de vuelta cuando todo aquello se había calmado.
La afección de la garganta, la tensión en la zona próxima a los oidos y el declarado opisototono, me los curó ya al instante del siguiente modo, una vez que se eliminó mis dificultades respiratorias. Dijo que había un "ungüento real". Había que obtenerlo de su propia mujer. Y podo después de esto apareció un servidor de palacio junto al templo y estatua de Telesforo, vestido de blanco y bien ceñido, y salio por las puertas donde estaba la estatua de Artemis, acompañado de un heraldo, llevando para el emperador el resto del ungüento. Tal fue, más o menos, el sueño confusamente recordado. Cuando fuí al templo y caminaba por donde estaba la estatua de Telesforo se me acercó Asclapiaco, el neácoro, y según estaba de pie junto a la estatua le conté la visión que había tenido y le pregunté que podría ser aquel ungüento o quién podía emplearlo. Y él. después de oirme y de sorprenderse, como era habitual, dijo. "La búsqueda no será larga ni preciso un largo viaje, te lo traeré de aquí mismo. Está a los pies de Higiea,. lo ha dejado allí hace un momento Tyque misma, tan pronto como se abrió el templo". Tyque era una mujer de la nobleza. Asclepiaco fue al templo de Higiea y trajo el ungüento. Y yo me lo apliqué según estaba allí mismo de pie. El aroma del ungüento era maravilloso, lo mismo que su poder, al instante manifestado. Pues más pronto que lo digo se relajó la tensión. Preguntando más tarde al neócoro averigüé que era una mezcla de tres ingredientes, leche de higuera, con la que nos ungíamos, acewite de nardos, y otro aceite esencial muy costoso, que lleva el nombre, según creo, de su hoja. Lo preparé y lo usé así en adelante, y todas aquelas molestias remitieron. Y se me apareció por la noche Teodoro danzando de alegría por la curación de mi garganta, y brillaba en el muro de enfrente una luz como la del sol".

Elio Arístides, Discursos sagrados, III, 20-23 (TRAD. Mª Giner de Soria)


III. "Hubo también una luz enviada por Isis y otras cosas indescriptibles referentes a mi salvación. Y se apareció también Serapis en la misma noche, al mismo tiempo él y Asclepio, maravillosos en belleza y tamaño y, en cierto modo, semejantes uno a otro.
....
Mucho más estremecedor que todo esto fueron las apariciones de algún tiempo después, en las que estaban las escaleras que delimitan la región de encima y la de debajo de la tierra, y el poder del dios a uno y otro lado, y otras cosas que producían maravilloso pasmo, tal vez no para dichas ante todo el mundo. De modo que los signos aparecieron con satisfacción por mi parte. Era punto esencial en relación con el poder del dios el que, sin vehículos ni cuerpos, Serapis fuera capaz de llevar a los hombres a donde quisiera. Tal fue la iniciación y me levanté sin facilidad para comprenderlo".

Elio Arístides, Discursos sagrados, III, 46-48 (TRAD. Mª Giner de Soria)

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